El descubrimiento del paso navegable que une Chile con la Argentina a la altura de Puerto Montt, hace 340 años, es una de las hazañas desconocidas de la historia patagónica. Esta misma ruta jesuita se puede recorrer hoy, sin tanto esfuerzo, en automóvil, a pie y a bordo del catamarán que conecta los lagos andinos.
La historia es más o menos así. En 1670 una congregación de jesuitas de la isla de Chiloé decidió salir en busca de un cruce navegable hacia la Patagonia argentina, con el fin de establecer una misión en zona tehuelche. Arriba de piraguas, los misioneros se embarcaron en Castro y se adentraron por el Seno de Reloncaví. Luego fue el turno de explorar Chile continental, y el estuario de Reloncaví les daba la oportunidad de continuar navegando por una franja oceánica que se abría paso en medio de una naturaleza inexplorada.
Tras unos días remando, las aguas saladas llegaban a su fin, pero los jesuitas no estaban dispuestos a dar marcha atrás. Chalupas al hombro se internaron por la tupida vegetación, subieron y bajaron cerros, atravesaron ríos y lagunas, hasta que el 1º de noviembre de 1670 llegaron al lago Todos los Santos, bautizándolo así por el día en que pisaron su orilla. Piraguas al agua, y a remar hacia las montañas andinas. Los religiosos no demoraron mucho en dar con el río Peulla y salir a Argentina por el lago Frías y luego el Nahuel Huapi.
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